La aprobación en general en la Cámara de Diputados, del proyecto de ley “Muerte digna y cuidados paliativos”, ha suscitado gran interés. ¿Por qué en un país que se consideraba conservador, hoy se evalúa la posibilidad que una persona pueda decidir y solicitar asistencia médica para morir?.
El debate de este tema debe ser muy profundo, respecto de la propiedad sobre nuestro cuerpo y vida, pero por sobretodo, en cuanto al límite de las medidas extraordinarias que se pueden tomar para continuar con una vida que, de otra forma, ya habría terminado.
Una de las premisas del proyecto es el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo, además de elegir el momento y los medios para finalizar su vida. La segunda premisa de esta iniciativa, persigue el objetivo de defender el derecho de los enfermos terminales, a morir sin sufrimiento, si este es su deseo expreso.
Como católica he defendido siempre el derecho irrenunciable a la vida, por lo que bajo ninguna circunstancia considero ético admitir que uno mismo se provoque la muerte. Por lo mismo, delimitaré mi análisis al segundo de los supuestos, pues considero válido y legítimo el que una persona desahuciada pueda escoger libremente cómo desea morir y los cuidados a los que desea acceder, para que sus últimos días pueda vivir dignamente. Es decir, no es lo mismo legislar sobre la eutanasia, que sobre el derecho de elegir morir dignamente.
En una encuesta del Colegio Médico realizada entre sus afiliados, se revela que el 77% de los doctores está de acuerdo con que se permita la eutanasia a los pacientes víctima de un sufrimiento intolerable, ocasionado por una enfermedad incurable. No obstante, en una al director de un medio nacional, profesores de Bioética de diversos centros académicos, señalan que dentro de los objetivos de la medicina está el “evitar la muerte prematura y velar por una muerte en paz, por lo que la eutanasia no calificaría dentro de las acciones de la profesión médica: No es ni un tratamiento ni un cuidado en beneficio del paciente”, indican.
Lo anterior nos demuestra que ver el sufrimiento que significa extender una vida de manera artificial también tiene un debate ético a nivel académico. Asimismo, en la misma carta se señala que existe consenso sobre la importancia de los cuidados paliativos, puesto que la solicitud de eutanasia disminuye significativamente cuando estos cuidados son bien proporcionados en países donde la eutanasia está legalizada.
Y es que precisamente, el objetivo de los cuidados paliativos es ayudar a las personas con una enfermedad grave a sentirse mejor, previniendo o tratando los síntomas, además de los efectos secundarios de la enfermedad y su tratamiento farmacológico. Los cuidados paliativos incluyen un tratamiento integral, entregando apoyo emocional al paciente y la contención necesaria a la familia en la etapa terminal de la enfermedad.
Está demostrado que cuando las personas se sienten mejor en estas áreas, producto de cuidados paliativos, tienen una mejor calidad de vida y una muerte digna. Por todo lo señalado, creo que antes de tramitar un proyecto que considera la Eutanasia, es primordial priorizar un aumento en la capacidad de nuestro país en la entrega de cuidados paliativos, los que resultan relevantes considerando los avances de la ciencia para tratar el dolor y brindar una mejor calidad de vida en la etapa terminal, tanto para el paciente como para su familia.
Finalmente, frente a la compleja realidad que implica enfrentar una enfermedad terminal, resulta relevante manifestar nuestra voluntad sobre qué hacer en el caso de requerir cuidados extraordinarios para continuar con nuestra vida y comunicar oficialmente nuestra decisión a la familia. Debemos ponernos en la situación que nuestra muerte sea lo más digna posible, y nosotros decidir los límites de esa dignidad.